Ora resulta que son los los optimistas, los más radicales e intolerantes.
Según su paradigma (el cual pregonan cual Atalayas en domingo por la mañana) la cultura de la queja y el señalamiento a la pandemia de mensajes de felicidad productiva, simplemente no caben. Exilian y confinan al "quejumbroso" al termino de fraccionario motivado por la amargura, disidente de la legitimidad del everytihing IS OK!, rencoroso social, incómodo mamón, vulgar inoportuno.
Existe hoy, una imperante necesidad de ver el mundo desde una perspectiva positiva... demasiado positiva que cae en el más puro apendajamiento sistemático de la psique del contribuyente promedio.
Hoy polulan -cual ratas o homosexuales fuera del closet- una preocupante cantidad de mensajes, fenómenos mediáticos, posturas, teorías, que buscan capitalizar la felicidad como instrumento de productividad. Es la inserción exacerbada del optimismo: Sonreir aunque seas jodido.
Claro, la vuelta está en discursos de borregada como: Hay que ver el lado bueno, todo pasa por algo, ver oportunidad en la crisis... etc. La irreverencia o la burla a estos modelos de inserción productiva resultan impertinentes ante un esquema comodino y funcional para sobre llevar la vida.
La queja como tal, es devaluada a un mero atentando moral porque cuestiona y devela la mezquindad y condición de miseria intelectual, de criterio y responsabilidad de quienes la operan.
Pareciera que en el consorcio universal, es la noción de felicidad la que potencia las facultades y la oportunidades del sujeto. Los ejemplos están ahi, sólo basta verlos en los medios, en los mensajes de gobierno, en la publicidad, pero sobre todo en los operadores que van por la calle ahora, en una especie de happening "motivando" al sujeto promedio a sonreir. "Ten cabida en este mundo, sonrie!!".
Sonreir hoy, ser feliz es imperante. Más que una facultad, un gusto, un ejercicio catártico, es una amenza sistemática de inserción a la productividad. Sonrie o muere.