Decía: “un amor sin pecado es como el huevo sin sal”.
Cuenta la leyenda que, en una fiesta, Luis Buñuel, seducido por la belleza de Leonora Carrington, envalentonado por la creencia de que la pintora había sobrepasado la moral burguesa, le propuso, con la rudeza que lo caracterizaba, ser su amante.
Sin esperar un si, le entregó la llave de un secreto piso de soltero, dándole cita a las tres de la tarde del día siguiente. Leonora visitó el lugar indicado temprano en la mañana.
Encontró un dormitorio sin ninguna gracia, semejante en todo a un cuarto de motel. Aprovechando que tenía la regla, entintó sus palmas en la sangre y comenzó a imprimir manos rojas en las paredes hasta decorar así el impersonal espacio.
Buñuel nunca más volvió a dirigirle la palabra.
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