SUPER 8. DIR: J.J. ABRAMS. USA/2011
Es el verano de 1979 en un pequeño pueblo de Ohio. Un grupo de adolescentes filma una película amateur de zombies en una estación de tren. A mitad del ensayo previo al rodaje, el tren se aproxima. Es la mejor oportunidad que los chicos tendrán para darle valores de producción a la escena. Corre cámara. El tren se descarrila en un misterioso accidente y ellos son los únicos testigos. En los días siguientes, algo cambia en el pueblo. Una criatura anda suelta, los perros desaparecen, las personas desaparecen, el ejército aparece y la respuesta podría encontrarse en la película de ocho milímetros que usaron en la escena del tren.
Es una lástima que gran parte de la discusión en torno a Super 8 consista en señalarla como un tributo a Steven Spielberg.
Es evidente; la última cinta de J.J. Abrams es una colaboración con Spielberg. Ambos directores se conocen desde los ochenta y el que Abrams evoque algo del autor de E.T. no es mero ardid. Por encima de Spielberg, Super 8 es una declaración de amor a un espíritu de hacer cine completamente extinto.
Además de la presente simbología de Spielberg (con los chicos, las bicicletas y el score de Michael Giacchino a la John Williams), lo que realmente vale la pena observar en el estilo de Abrams son dos aspectos descontinuados en la producción en serie del cine veraniego-comercial: su delicada emotividad y su virtud narrativa.
Super 8 abre con una lección de narrativa de veinticuatro kilates: Una fábrica en la que se actualiza un anuncio de seguridad que cuenta los días transcurridos desde el último accidente. Un empleado cambia la cifra de 748 a 1. El último y más reciente accidente es el que le quitó la vida la madre Joe Lamb, protagonista de la historia. Una tragedia comunicada en un elocuente matiz.
El luto de Joe (un encantador Joel Courtney) y la relación con sus amigos del crew de filmación irán conectándose con el ente que amenaza al pueblo hasta mostrarnos que algo tienen en común.
Por mucho que esta cinta me conquistó, su imperfección es notable como una cicatriz. El mayor y único error está en el guión: la trama de los chicos es simplemente preciosa, demasiado bien contada para servir a una “monster movie” y su elenco de jóvenes actores es especial, rebasa el perfil de la pandilla que huye despavorida de una criatura.
Salvo Elle Fanning (quien aquí terminará por enamorar a los que aún no sabían por qué es la “it girl”), todos fueron audicionados muy lejos de las capitales de niños actores y su “virginidad hollywoodezca” da un toque único. Joe Lamb y sus amigos no son una subtrama. Sus vidas y los destinos a los que serán llamados son una película que quisiéramos ver completa.
Cada corte al relato del monstruo acechante se siente drástico, como un mash up de dos guiones diferentes. Ese combo de sci-fi y drama fue mejor resuelto por Abrams en Lost con el recurso del flashback. Aquella transición del pasado al presente hacía más llevadera la mezcla de géneros.
Es comprensible porqué Super 8 tuvo un éxito discreto. En ciertos niveles, está desconectada del cine de esta época. Su marketing nunca fue tan agresivo y en momentos clave de su historia suceden cosas que sólo ocurrirían en una cinta de antaño, cuando los héroes no eran irónicos o precoces.
Noten cuando Joel rescata a Alice y el diálogo que asumen sus cuerpos es un fuerte abrazo y no un beso. O cómo Joel le explica a Alice su técnica para lograr cierta textura cuando hace modelos de trenes. Esto es cine old fashion y, como tal, no tendrá resonancia en nuestra era.
Como premisa Super 8 puede recordar a otras cintas; la ejecución y sensibilidad de Abrams no tiene par. Es uno de los mejores narradores del cine actual.
El final, deshabrido si quieren, es decir a la Spielberg es la cuota de J.J. Abrams tuvo que pagar por el financiamiento.
Oscareable? Deberia.
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