A Mike, de día ajeno, de noche frágil...
No había nada más mundano que lo cotidiano de nuestras vidas, ese tedio del trabajo, del transporte público, de las hordas de gente. De comer con los mismos, hablar con los mismos, hacer lo mismo. Quizá por ello, arremetimos uno contra el otro al entrar en la habitación. Habíamos estado muchas veces en ese mismo lugar, era nuestro rincón privado; allí no teníamos censuras, no había poses, ni diplomacia, no eran necesarias las cortesías, nada de finezas hipócritas.
Pudimos estar bien, pudimos ignorar la alfombra sucia, el espejo empañado, el olor a sudor rancio, debimos quizá, pasar por alto las manchas de semen estancado, el perfume a cucaracha, pero no lo hicimos. Ambos nos tiramos en la cama un rato, enlazados por las manos hasta que nos la incomodidad nos fastidio al mismo tiempo. Dejé escapar un leve suspiro, de esos que dicen mucho en un breve tiempo y que contamina el aire de ira.
-Apaga la televisión
-¿No quieres seguir viendo eso?
- No. Por eso te digo que la apagues, ¿No lo entiendes, te lo repito?
- ¡Es solo una puta pregunta, cabrón!
- ¡Es muy claro lo que quiero! No me molestes más…
- Vas a chingar tu madre…
El silencio rabioso se aderezo con una mirada de hartazgo. Era una noche de dolor y rencor acumulada, dos escorias encabronadas con el mundo que se ataban de manos para probarse por un momento que no estaban solos, después se atacarían como hienas enjauladas. Era una dinámica repetitiva, el querer no queriendo, un necesitar ni lejos ni cerca pero también sin espacio alguno, un karma, un dejá vú.
Pasó por mi mente el deseo de mandar todo al carajo, de realizar o decir algo digno de un rompe y rasga, pero no pude. Un impulso originado no sé donde me limitó a decir Te quiero mucho. Hállame débil para su propósitos, ni malos, ni buenos, sólo humanos. Hoy no duermes conmigo.
Respiré la ira del aire con ganas de envenenarme y arrancarle la garganta, de quemarle los ojos, de no verle, de no escucharle, de no conocerle así. Y le abracé. Valiente fortaleza la que encontré, le abracé repitiéndole, te quiero, te quiero, te quiero…Mi cuerpo quería decir más, mi boca solo repetía eso. Quería gritarle que amaba su sueño, ese aire de altanería, sus falsas convicciones, que le amaba y lo odiaba tanto como a mi mismo. Me di cuenta entonces que estábamos rodeados de mierda. El mundo entero, el trabajo, la gente, el cine, la ciudad, la habitación.
Todo ello manchado por el tiempo, eran presa de mi memoria poética; todo me recordaría a los dos, me ataría a su imagen, a su cuerpo. He vuelto de la ciudad un espejo…
Me miro al espejo, dos manchas púrpuras adornan mi espalda, otras dos mi brazo derecho. Ya no lloró por ello como solía, ahora me parecen muestras, señas de nuestra inmadurez, de nuestro andar corriendo, de nuestro arrepentimiento. Es una especie de pacto catártico, solo los dos lo entendemos.
Es desbocar el sueño cansado, nuestro hastío cotidiano, el hambre pasada, el deseo frustrado. El deseo… Ese que nos aliviana, que a veces no dibuja una sonrisa amplia, pero no jocosa como una broma compartida.
Me asomo a la ventana, prendo un cigarrillo y contemplo la calle, fría, desolada, ajena a lo que pasa. Perros hurgan en la basura urbana, uno halla un manjar otro lo despedaza y se quedan sin nada, las sombras de las ratas que patrullan las guarniciones vigilan el descanso humano, lo arrullan con sus chillidos, con el inconfundible sonido de su garras sobre el asfalto. El mío no. Se empaña la ventana con el humo y pienso en una metáfora: la vida ya es rastrera ¿Por qué empaño con mierda el filtro que la hace bella?
No le veo sereno, no duerme como sé que duerme, con ese gesto de confianza y de gusto cuando duerme con tranquilidad. Incluso durmiendo me deja claro que somos cómplices del mismo suceso. Duerme y sé que me siente, beso su mejilla y le acaricio el pelo. Toma mi mano y se voltea, se acomoda en mi pecho y me abraza fuerte. Siento el calor de su boca en mi cuello.
-¡Pum. Pum. Pum, pum! ¡Jajajajaja! Ya, no te emociones. Te va a explotar.
No se percata de que su respiración es tan fuerte como el golpeteo del que se burla. No diga nada. Sobra. Como sobra un “lo siento” o un “perdóname”. Ambos sabemos que noches como esas volverán a pasar, no somos hacemos imbéciles.
Me besa en la frente y la noche me parece distinta Sus brazos rodean mi espalda y yo me entrego al sueño, a la estúpida idea de lo perenne del sentimiento. Y me abraza tan fuerte que creo que quiere destrozarme. No se lo niego.
Pienso en todo, en el día siguiente, en los tlacoyos de Doña Gloria, en la sensación de extrañeza que siento por mi padre, en los nervios que tengo por un examen profesional para el cual no hay tesis, en las primeras noticias nefastas del día, ya no hay buenas. En mis amigos y en nuestras ya muy marcadas en brechas de pensamiento.
Un breve suspiro recorre mi oreja y llega hasta mi boca. Llena el aire de paz y carga a la madrugada de fuerza. Cierro los ojos y me pierdo. El sueño se cola por la ventana con el viento cálido de la mañana.
Amanece y trato de romper mi espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario